viernes, 17 de agosto de 2012

Un polaco por el litoral



Lunes

Después de mucho tiempo y con gran somnolencia navegué de vuelta, de norte a sur… y ayer a las ocho de la noche pasé del barco a una lancha que me condujo al puerto de Goya, pueblo pequeño, tres mil habitantes, en la provincia de Corrientes.
Uno de esos nombres que a veces, al verlos en el mapa, excitan nuestra curiosidad. ¿Por qué? Por no ser interesante, porque nadie viaja a ellos…¿Goya? ¿Qué puede ser eso? El dedo cae en un nombre: una aldea en Islandia, un pueblito argentino… y nos tienta el deseo de ir a conocerlos.

Miércoles

Goya, pueblito llano.
Un perro, un bodeguero en el umbral de una tienda. Un camión rojo. Sin comentarios. Incapacidad de glosarlos. Las cosas aquí son como son.

Jueves

La casa donde vivo es amplia. Es una antigua y digna residencia de un estanciero de la región (porque estos estancieros tienen por lo general dos casas: una en la estancia, otra en Goya). Un jardín lleno de cactus mastodónticos.
Aquí me tienen. ¿Por qué aquí? Si alguien me hubiese dicho hace años en Maloszyce que yo iba a estar en Goya! .. Por la misma razón que estoy en Goya podría estar en cualquier parte. Todos los lugares del mundo comienzan a pesarme, a hastiarme reclamando mi estadía en ellos.
Paseo por la plaza Sarmiento en un anochecer azul. Extranjero exótico para ellos. Y al fin, a través de ellos me vuelvo ajeno a mi mismo: me estoy haciendo a mí mismo visitar Goya, como si fuera una persona desconocida la detengo en la esquina, la siento en una silla en el café, la hago cambiar palabras sin importancia con un interlocutor casual y escucho mi voz.

Fragmento de Diario argentino,  Vitold Gombrowicz


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